No para de mover las manos, no para de hablar. Su caminar es un movimiento continuo y su voz aflautada y clara, concisa. Sabe lo que quiere este hombre nacido con síndrome de down hace 36 años. Si no se ven sus rasgos, no se percibe su síndrome, su forma de pararse ante los demás. “Lo mío lo tengo superado. Fui a la escuela, soy periodista de espectáculos, leo, manejo informática”, dice rápido, mientras sus ojos vivos van de un lado a otro y escucha: cuando no habla, escucha.
Mariano Baldesssi, vecino nacido y criado en Villa Amelia. bachiller nacional, ayudante de clases de derecho de la escuela secundaria 401; lector del historiador Felipe Pigna y fanático del rock, la cumbia y “la fiesta”. Hijo de Nélida, viuda, que lo tuvo a los 35, que vive “para él, desde siempre, estimulándolo, aprendiendo. Hay que dedicarse siempre, hay que estar”.
Al hombre en eterna adolescencia le gustan los programas televisivos de espectáculo, odia a Tinelli, ama a Pergolini. Le gusta “ser creativo” y las propuestas que “cambian las cosas. Lo nuevo me encanta”, dice con su voz particular y sus gestos. Mueve las manos que dibujan jeroglíficos en el aire.
“Me aceptaron como soy”. Se come las uñas, las tiene como saliendo del dedo, devastadas, pero no se las come en público; si no, durante la nota se hubiera convertido en un ratón comecalcio, y no lo hizo. “En la escuela me aceptaron como soy; yo ya lo superé. Cuando yo empecé la primaria y la secundaria los chicos eran buenos. Fue todo bien, antes había más ganas de estudio, ahora son irrespetuosos”, reflexiona, mientras mira el grabador insistentemente. “Nunca le dieron pelota a mi fisonomía; porque cualquiera la tiene, yo ya lo asumí” dice . Lee libros: novela romántica, novela argentina y la revista Gente. Le gustan Coelho, Borges y Sábato.
En 2009 y 2010 estuvo en la cátedra de derecho de su escuela secundaria. “El primer año fue bueno, el segundo mal. Los chicos no entienden el diálogo. Se me hacía difícil hacerles entender los temas en el aula. Ahora los chicos están con Gran Hermano (el reality televisivo) y hablan toda la mañana de artistas, ahora son muy insolentes, y decidí irme”, recuerda casi enojado. “Que no me respeten mi idea no me gusta. No me discriminaban por down, tengo asumido esto, hay gente cruel, pero son más los padres que los chicos, hay madres que atacan mi lado débil, los chicos no”.
Fanático de la música. Es fanático de la música, Queen, U2, Rolling Stones. “Ahora me estoy inclinando por la cumbia”, confiesa.
Es preciso en sus conceptos, tiene léxico y usa cada palabra donde debe ir; ni de más, ni de menos. La reta a su madre y quiere ser él . “Me enloquece la historia. Saber un poco del pasado, me gusta saber para poder cambiar un poco lo que pasa en el país”. Le agradan la biología, la filosofía y la sicología.
Detesta la matemática, “lo que sea número no es para mí”.
Terminó la secundaria a los 18, casi a la misma edad de todos. Lee, escribe, razona y fue bibliotecario en el pueblo. Es down. Pero no es un enfermo. Trabajó mucho para “asumir “ su cuerpo, su cara. Pasó años enteros en foniatras, médicos y psicopedagogos.
Columnista. Es periodista. “Soy columnista de música en
Produce para la radio biografías de músicos que vienen a hacer giras al país: “U2 viene ahora y otros más” y asegura que “me gustaría hacer biografías de escritores, de médicos como Favaloro. Lo armo escribiendo lo que voy a decir, en una hoja y después voy a la radio y lo leo”.
Según la madre, lo que más le costó fue “comer y atarse los cordones, pero no tiene problemas de salud”. Un día normal para él es muy simple. “Me levanto a la mañana, me conecto con la computadora, caliento la comida o mi vieja cocina, veo Intrusos y hago los mandados a mi familia, pago el cable, la luz y los impuestos, y los viernes me limpio la pieza solito”. Se fija en los rating televisivos por los sitios de internet “y se los mando a Ibope, para que los periodistas puedan trabajar”, ignorando que precisamente Ibope hace los ratings que él manda.
Cara a cara. No tiene facebook. “Me mandaron fotos de Silvina Escudero y no me gustó para nada, me borré. Me gusta conocer a la gente cara a cara, verlos, la conexión me parece fría. Soy sociable pero me gusta la gente mano a mano”.
Dice que no le gustan los “chatos, es más placentero hablar con gente que sabe, que tiene más conocimientos. El otro o el adolescente te habla de culos, de tetas y eso para qué, ya me formé y eso no me gusta”, sostiene convencido.
“Fui evolucionando porque quise”, argumenta. A su lado, Nélida retruca: “Lo ayudaron mucho, lo quieren mucho. No se puede pretender que sepa de todo pero no tenía en la escuela una currícula especial, de a poco se fue rescatando, a estos chicos no se los puede dejar, hay que darle y darle”. Mientras la madre habla, Mariano gesticula e imita un habla que no realiza, por un momento huye, tal vez sin saberlo.
Tenía el pelo largo y sedoso. “Me dio un trabajo trabajo bárbaro que se lo cortara” dice Nélida, atenta siempre.
Belgrano. A Mariano le gustan los próceres: “Belgrano sobre todo, en la escuela siempre hacía de él y a veces de Sarmiento”. Nunca fue San Martín en los tablados escolares. “Belgrano es un referente de
¿Como ves tu futuro?, pregunta el cronista. “No quiero divagar”, contesta Mariano. ¿Sos feliz? “Sí, totalmente, fui aceptando vivir en Villa Amelia, con prejuicios y sin ellos”, dice este hombre en adolescencia permanente, que asumió su cara, su cuerpo y sus obsesiones. Para él “Pergolini debería volver a la televisión”, y los días son simples a la vista, pero para él muy peleados entre las bambalinas de un añorado espectáculo que tal vez nunca conozca.